LA FORMACIÓN DEL CARÁCTER



En el estudio de los clásicos se impone aún hoy por la honda influencia que alcanza en la formación del carácter. En estos libros, en estas obras maestras de la poesía y, de la filosofía de la historia, se podrán aprender la justa estima de los valores ideales, una profunda sabiduría de vida, que hace noble y alto el mundo del sentimiento y robustece juntamente la voluntad.

En la mayoría de los clásicos se encierran una profunda sabiduría de vida y un subido concepto moral que con facilidad pueden conducir a Dios. San Agustín en su juventud fue conducido a Dios desde la senda de las aberraciones por la lectura de Hortensio de Cicerón.

En Hungría los catedráticos de la universidad tienen datos interesantes: los alumnos del “gimnasium entendieron más ágilmente y penetran mejor las materias de la universidad—hasta las mismas ciencias naturales—que los de la escuela real”. La causa, de tal hecho es que aquellos tienen más disciplinadas sus facultades por la gimnasia mental que hubieron de hacer en las clases de griego y latín.

Al saborear los escritos de Demóstenes, cuyas palabras siempre dan en el blanco, con rapidez de una flecha, o el estilo conciso y lapidario de Tácito, los discursos de Cicerón, construidos con una lógica magnífica; los diálogos de Platón, la narración sencilla y sublime de Homero, las piezas oratorias de Julio César, el estilo magnífico de Salustio, los símiles brillantes de Virgilio…y al detenerse en la tradición laboriosa de una frase más difícil, no parece sino que trabajaban en una mina de diamantes. Algo se les quedo pegado de aquella escuela prócer; su espíritu se volvió más flexible; su modo de expresarse se hizo más vivo. Mons. Toth. 

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