SIN ESFUERZO NO HAY SATISFACCIÓN



Abundan los caracteres que no son muy propicios. Durante la guerra mundial, los húsares, con su empuje característico y heroísmo incontrastable, se metían, cabalgando, en las mismos nidos de las baterías, ¡y morían!; pero no les gustaba estarse quietos semanas y semanas entre las trincheras. De la misma manera, en la vida los éxitos no se alcanzan con heroicas cabalgadas, con momentáneos arranques, sino con diligencia, constancia durante años y lustros. Aunque te cueste al principio, has de aprenderlo.

Esta paciencia activa levantó, acosta de enorme trabajo, las pirámides de Egipto; esta paciencia observó, después de experimentos infructuosos de muchas docenas, centenares de años, las leyes de las fuerzas de la naturaleza, y las subyugó, una tras otra.

Un proverbio húngaro dice que la paciencia da rosas, da también ciencia, instrucciones, modales, cultura.

Dante para su obra LA DIVINA COMEDIA, empleó treinta años; Prescott, célebre historiador americano, casi ciego, le fue necesario en la madurez de su vida, emplear diez años en el estudio de las lenguas para escribir su gran obra FERNANDO E ISABEL DE ESPAÑA; Newton, el gran astrónomo, escribió quince veces su CRONOLOGÍA, hasta que pudo darse por satisfecho.

Ticiano, el pintor de fama mundial, envió a Carlos V su célebre ÚLTIMA CENA, escribió: “Mando a Vuestra Majestad un cuadro en el que he trabajado diariamente, y muchas veces hasta por la noche durante siete años.

Virgilio estuvo escribiendo durante veinte años LA ENEIDAD; y, no obstante, quiso destruirla antes de morir, por no considerarla bastante buena.

Fenelán trascribió diecinueve veces su célebre obra educadora, EL TÉLEMANCO, y aún en la última copia borró y enmendó mucho.

Edison ejerció una crítica muy severa respecto a sus obras, y decía que el oro sale a la luz del sol después de pasarlo por el tamiz y lavarlo repetidas veces; no corregía tan sólo los borradores, sino aún las copias.

Los padres de Stephenson, pobres como era, no tenían medios de mandar a la escuela a su hijo, futuro inventor de la máquina de vapor; tuvo que trabajar doce horas diarias, pero robaba tiempo a la noche, con tal de poder aprender a leer y escribir. Tenía diecinueve años cuando llegó a escribir su propio nombre. Y ¡qué alegría le proporcionaba el poder cultivar su entendimiento en los cortos ratos que le quedaban libres! Durante el descanso concedido para la comida, se entretenía en resolver problemas de matemáticas, que escribía en el costado de un carrón de carbón. Stephenson trabajó quince años en el perfeccionamiento de su locomotora, para tener éxito.

Hérschell quiso fabricar para uno de los telescopios un espejo cóncavo. Hizo uno; pero no era adecuado. Hizo un segundo; tampoco salió bien. Un tercero, tampoco le servía. Hizo más de doscientos espejos antes de fabricar el que verdaderamente le convenía. Pero lo fabricó, al fin.

Ved ahí que hasta el talento genial le pintan eficaz ayuda. La diligencia y la perseverancia.

Newton tenía un entendimiento vasto y, no obstante, cuando le preguntaron cómo pudo hacer sus descubrimientos, contestó con modestia: “sencillamente, estaba yo soñando siempre con ellos”. Casi exageró la diligencia, ya que todo su descanso consistía en cambiar sus estudios y alternar los temas.

Ejemplo elocuente del magnífico resultado que dan más tarde el ejercicio y la disciplina practicados en los años de la juventud.

Es Roberto Peel, uno de los creadores de más relieve del Parlamento Inglés, que refutó con admirable memoria todos los argumentos, uno tras otro, de sus contrarios políticos. De suerte que algunos decían ¿de dónde sacó aquella memoria excelente? Cuándo niño, al volver de la iglesia, su padre le hacía subirse a una mesa y recitar el Sermón, al principio, como es natural, le costaba; pero el ejercicio llegó a dar tanta agudeza a su entendimiento que recitaba casa palabra por palabra los sermones. Y los éxitos de la plena virilidad les debieron a este trabajo arduo de la niñez. Mons. Toth.

 

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