SU MAJESTAD EL RELOJ


Excusa sencilla y común es recurrir al “no tengo tiempo” para sacudirnos multitud de compromisos. No siempre el “no tengo tiempo” es una excusa, muchas veces es una realidad.

Aquello de que “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, ya no tiene sentido en nuestro siglo; ahora lo real “no dejes para hoy lo que puedes hacer mañana”.

Los médicos no pueden prescindir del reloj para calcular la presión y la temperatura. Los obreros checan su tarjeta al llegar a la fábrica. Los taxistas ansían que el reloj vuele para cobrar más. Lo mismo profesores que discípulos, banqueros que barrenderos, todos tenemos que obedecer a su majestad el reloj.

Hay estaciones de radio que no se ocupan más que dar la hora exacta. Y el primer premio que pide el niño a su papá, cuando resulta aprobado en la escuela, es un reloj.

No faltan, sin embargo, los despreocupados que prescinden del reloj. Porque afirman que el reloj es para el hombre y no el hombre para el reloj. Pero en verdad, no sabe uno cuál de estos dos sea más molesto para la humanidad, si el que vive con reloj en mano, o el que vive a mano sin reloj. Tan peligrosos son los que llegan cinco minutos antes, como los que llegan cinco minutos después.

Para ser puntual y cumplir a las citas, no basta cargar un reloj en la muñeca; lo que basta es querer ser puntual. Los impuntuales no lo son por falta de reloj, sino por falta de puntualidad.

Los puntuales siempre vivirán quejándose de los impuntuales. Como los impuntuales siempre se molestarán con los puntuales.

Salir a las calles sin reloj es como si hubiéramos perdido la tranquilidad, la seguridad en nosotros mismos ¡Qué quiere usted! Nunca los hombres habían amado tanto la libertad como en este siglo y nunca como hoy han vivido tan esclavos de pequeños tiranos. JAP.

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