MAX WEBER Y EL CANDIDATO

Maximilian Carl Emil Weber (Erfurt, 21 de abril de 1864 – Múnich, 14 de junio de 1920) fue un filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán,


Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder por el poder”, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere. En su obra LA POLÍTICA COMO VOCACIÓN, del político y el científico, Max Weber, define conceptos tan claros en su tiempo, que por la importancia que guardan los trasladamos al siglo XXI, como formación y orientación de quienes se han dedicado a la política y de quienes se dedicarán y aprender de ella. Y en este caso si lo trasladamos al terreno electoral, los candidatos a cargos de elección popular contarán con una herramienta más de inducción hacia sus logros políticos, de partido y en beneficio siempre de la sociedad.

¿Qué características se deben tener para ser un buen candidato?



En principio la legitimidad, el respeto para fundamentar la legitimidad de una denominación. Autoridad del carisma personal y extraordinaria, la entrega puramente personal y la confianza, igualmente personal, en la capacidad para las declaraciones, dice autoridad carismática que detectaron los gobernantes plebiscitarios y los jefes de los partidos políticos. Afirma una arraigada idea de vocación ¿por qué ser candidato?, para qué ser conductor de hombres, porqué deben creer en él. En esta obra Weber dice: pero es a su persona y a sus cualidades a las que se entrega el discipulado, el séquito, el partido. ¿El candidato (a) busca el de ser detentador del poder, por los medios de su interés personal, la retribución material y el honor social?, ¿las prebendas estamentales y el honor del funcionario? ¿Y las satisfacciones de la vanidad? ¿Sus decisiones representan todos los puntos de vista e influyen en la distribución de poder entre las distintas configuraciones políticas y dentro de cada una de ellas?. ¿El candidato es un político ocasional, con profesión secundaria o como profesión principal? Dice Weber: políticos ocasionales lo somos todos nosotros cuando depositamos nuestro voto, aplaudimos o protestamos en una reunión política, hacemos un discurso político o realizamos cualquier otra manifestación de voluntad de género análogo. Compara que los políticos profesionales son hoy (ayer) todos los directivos de asociaciones políticas que sólo desempeñan estas actividades en caso de necesidad, sin vivir de ellas y para ellas, ni en lo material, ni en lo espiritual.

Weber menciona que: hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive para la política o se vive de la política. Quien vive para” la política hace de ello su vida en un sentido íntimo; o goza simplemente con el ejercicio del poder que posee, o alimenta su equilibrio y su tranquilidad con la conciencia de haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al servicio de “algo”. Vive de la política como profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive para la política quien no se halla en este caso. Para que alguien pueda vivir para la política en este sentido económico, y siempre que se trate de un régimen basado en la propiedad privada, Quien así viva ha de ser económicamente independiente de los ingresos que la política pueda proporcionarle ;tiene que tener un patrimonio o una situación privada que le proporcione entradas suficientes. Quien vive para la política tiene que ser además económicamente libre”, Es decir, que sus ingresos no han de depender del hecho de que él consagre a obtenerlos todo o una parte importante de su trabajo personal y de sus pensamientos

¿Es acaso esta máxima de Weber la que tiene vigencia universal?: La dirección de un Estado o de un Partido por gentes que, en el sentido económico, viven para la política y no de la política, significa necesariamente un reclutamiento plutocrático, de las capas políticamente dirigentes. ¿Los candidatos de los partidos se convierten solamente en cazadores de captar votos y cambian el programa objetivo de su misión? Algunos ejemplos de su intervención decía que en España se alternaban los dos grandes partidos, mediante “elecciones” fabricadas por el poder y siguiendo un turno fijo convencionalmente establecido para proveer con cargos a sus respectivos seguidores. En las antiguas colonias españolas, tanto con las elecciones” como con las llamadas “revoluciones”, de lo que se trata siempre es de los pesebres estatales, en los que los vencedores desean saciarse. En Suiza los partidos se reparten pacíficamente los cargos en proporción de sus respectivos votos, y algunos de nuestros proyectos constitucionales “revolucionarios”, por ejemplo, el primero que se Confeccionó para Badén, quisieron extender este sistema a los cargos ministeriales, tratando el Estado y los cargos estatales como si fueran simplemente instituciones para la distribución de prebendas.
La importancia de candidatos más preparados e informados en las lides electorales y ya una exigencia. La función del candidato es emplearse con eficacia no sólo en la búsqueda del voto, sino en los asuntos que los interesados le confían en con argumentos lógicos.

Candidatos funcionarios que aspiran a un cargo ejecutivo no deben ser cómo “el funcionario metido a político que convierte en malo con su gestión técnicamente mala en una asunto que pudo o era bueno. La política actual se hace cada vez más de cara al público y, en consecuencia, utiliza como medio la palabra hablada y escrita. Dice Weber: el auténtico funcionario no debe hacer política, sino limitarse a administrar sobre todo imparcialmente. El funcionario ha de desempeñar su cargo “sine ira et studio”, sin ira y sin prevención. Lo que le está vedado es, pues, precisamente aquello que siempre y necesariamente tienen que hacer los políticos, tanto los jefes como sus seguidores. Parcialidad, lucha y pasión (ira et studio) constituyen el elemento del político y sobre todo del caudillo político. Toda la actividad de éste, está colocada bajo un principio de responsabilidad distinto y aun opuesto al que orienta la actividad del funcionario. El funcionario se honra con su capacidad de ejecutar precisa y concienzudamente como si respondiera a sus propias convicciones, una orden de la autoridad superior que a él le parece falsa, pero en la cual, pese a sus observaciones, insiste la autoridad, sobre la que el funcionario descarga, naturalmente, toda la responsabilidad. Sin esta negación de sí mismo y esta disciplina ética en el más alto sentido de la palabra, se hundiría toda la máquina de la Administración. El honor del caudillo político, es decir, del estadista dirigente, está, por el contrario, en asumir personalmente la responsabilidad de todo lo que hace, responsabilidad que no debe ni puede rechazar o arrojar sobre otro. Los funcionarios con un alto sentido crítico, tales como los que desgraciadamente han ocupado entre nosotros una y otra vez cargos directivos, son precisamente malos políticos, irresponsables en sentido político y por tanto, desde este punto de vista, éticamente detestables. Es esto lo que llamamos «gobierno de funcionarios», y no es arrojar mancha alguna sobre el honor de nuestro funcionariado el decir que, considerado desde el punto de vista del éxito conseguido, este sistema es políticamente nulo.

Sigue Weber: desde la aparición del Estado constitucional y más completamente desde la instauración de la democracia, el “demagogo” es la figura típica del jefe político en Occidente. Las resonancias desagradables de esta palabra no deben hacer olvidar que no fue Cleón, sino Pendes, el primero en llevar este nombre. Sin cargo alguno u ocupando el único cargo electivo existente (en las democracias antiguas todos los demás cargos se cubrían por sorteo), el de estratega supremo, Pericles dirigió la soberana ecclesia del demos ateniense. La demagogia moderna se sirve también del discurso, pero aunque utiliza el discurso en cantidades aterradoras (basta pensar en la cantidad de discursos electorales que ha de pronunciar cualquier candidato moderno), su instrumento permanente es la palabra impresa. El publicista político, y sobre todo el periodista, son los representantes más notables de la figura del demagogo en la actualidad.

Todo político de importancia tenía necesidad de influencia sobre la prensa y de conexiones con ella, pero no cabía esperar que, salvo excepciones, salieran de entre sus filas los jefes de partido. La necesidad de ganarse el pan con artículos diarios o semanales es para el político una traba que dificulta sus movimientos, y conozco ejemplos de hombres nacidos para mandar a quienes esa necesidad ha frenado en el camino hacia el poder, creándoles inconvenientes externos y, sobre todo, obstáculos de orden interno.

La empresa política es necesariamente una empresa de interesados, los primariamente interesados en la vida política, y en el poder político, reclutan libremente a grupos de seguidores, se presentan ellos mismos o presentan a sus protegidos como candidatos a las elecciones, reúnen los medios económicos necesarios y tratan de ganarse los votos. No es imaginable que en las grandes asociaciones puedan realizarse elecciones prescindiendo de estas empresas, en general adecuadas a su fin. Prácticamente esto significa la división de los ciudadanos con derecho a voto en elementos políticamente activos y políticamente pasivos, pero como esa diferenciación arranca de la voluntad de cada cual, es imposible eliminarla por medios tales como los del voto obligatorio o la representación “corporativa”, o por cualquier otro medio que explícita o implícitamente se proponga ir contra esta realidad, es decir, contra la dominación de los políticos profesionales. Jefatura y militancia como elementos activos para el reclutamiento libre de nuevos miembros, y a través de éstos, del electorado pasivo, a fin de conseguir la elección del jefe, son elementos vitales necesarios de todo partido. Estos difieren, sin embargo, unos de otros en cuanto a estructura. Así, por ejemplo, los “partidos” de las ciudades medievales, como los Güelfos y Gibelinos, eran séquitos puramente personales. Al estudiar los Statutti della parte Guelfa, la confiscación de los bienes de los nobili (originariamente se consideraban nobili todas aquellas familias que vivían al modo caballeresco y podían, por tanto, recibir un feudo), que estaban también excluidos de los cargos y del derecho a voto, los comités interlocales del partido, sus rígidas organizaciones militares y los premios para los denunciantes, se siente uno tentado de pensar en el bolchevismo con sus soviets, sus organizaciones cuidadosamente seleccionadas de milicia y (sobre todo en Rusia) de espionaje, sus confiscaciones, el desarme y la privación de derechos políticos a los “burgueses”, es decir, a empresarios, comerciantes, rentistas, clérigos, miembros de la dinastía depuesta y agentes de policía. Aún más impresionante resulta la analogía si se tiene en cuenta que, de una parte, la organización militar de aquel partido güelfo era una pura milicia de caballeros en la que sólo entraban quienes lo eran y que casi todos los cargos dirigentes fueron ocupados por nobles y que, de la otra, los soviets han mantenido al empresario bien retribuido, el salario a destajo, el trabajo en cadena y la disciplina militar y laboral o, más exactamente, han introducido de nuevo todas estas instituciones y se han puesto a buscar capital extranjero; que, en una palabra, para mantener el funcionamiento del Estado y de la economía han tenido que aceptar de nuevo todas aquellas instituciones que ellos combatieron como burguesas e incluso han recurrido de nuevo a los agentes de la antigua Ukrania como instrumento principal de su poder. Pero de lo que aquí tenemos que ocuparnos no es de estos aparatos de fuerza, sino de los políticos profesionales que intentan conquistar el poder a través del prosaico y “pacífico” reclutamiento del partido en el mercado electoral. T

Lo decisivo no es cl número de años desde el nacimiento, sino la capacidad adecuada para hacer frente a las realidades de la vida, para soportarlas y a estar a su altura;

La política estriba en una prolongada y ardua lucha contra tenaces resistencias para vencer, lo que requiere, simultáneamente, de pasión y mesura. Es del todo cierto, y así lo demuestra la Historia, que en este mundo no se arriba jamás a lo posible si no se intenta repetidamente lo imposible; pero para realizar esta tarea no sólo es indispensable ser un caudillo, sino también un héroe en todo el sentido estricto del término, incluso todos aquellos que no son héroes ni caudillos han de armarse desde ahora, de la fuerza de voluntad que les permita soportar la destrucción de todas las esperanzas, si no quieren mostrarse incapaces de realizar inclusive todo lo que aún es posible. Únicamente quien

está seguro de no doblegarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado necio o demasiado abyecto para aquello que él está ofreciéndole; únicamente quien, ante todas estas adversidades, es capaz de oponer un “sin embargo”; únicamente un hombre constituido de esta manera podrá demostrar su “vocación para la política”. Es excepcional que la “nominatio” partidista y, luego, el triunfo en las elecciones recaiga en el candidato de más popularidad y fama, en cambio, generalmente la gana el que está en el número dos o tres.

El arte de enseñar es como quiera que sea, un don personal del todo independiente de la calidad científica de un sabio. Max Weber



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