LA SALUD Y EL CUERPO
El
cuerpo no es la cárcel en que va encerrada el Alma, sino compañera del Alma
durante su peregrinación por la tierra. El cuerpo es un don de Dios, por lo que
tenemos la obligación de cuidar su salud, su incolumidad, su vida. Es ordenado
y justo concederle alimento, vestido, tranquilidad, diversión, sueño y exigirle
una buena entendida cultura física. No debemos tener por fin destruir el cuerpo
o debilitarlo, sino para asegurar su sano crecimiento. Debemos darle cura del
agua, cura de sol, excursiones, gimnasia, deportes, el arte del movimiento, a
través del goce honesto de la vida, el cuidado de la belleza sin exageración, y
las diversiones con mesura. A través de un meticuloso cuidado, nos daremos
salud, una vigorosa circulación de la sangre, con una gran fuerza de
resistencia contra los cambios de la temperatura, tendremos un cuerpo proporcionado
y bien hecho.
Debemos
procurar a través de su salud, evitar la ridícula vanidad y tener a través de
su cuidado la nobleza del espíritu, los ideales y la firmeza de voluntad. No
será a través de la musculatura con la que se conquista el hombre el dominio
del mundo, si se gloria de la fuerza, ¿por qué entonces los animales lo vencen
con más fuerza y destreza?
La
salud se logra no sólo de músculos, sino con superioridad espiritual. Quién por
su culpa pierde la salud, este medio que tanto había podido ayudarle en el
cumplimiento de sus nobles deberes sobre la tierra.
Un
modo de vivir templado y de gran mesura, la igualdad de ánimo, el sosiego, son el mejor médico y
sostén de la salud. Mons. Toth.
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