AL ARQUITECTO DE UNIVERSO
Admirablemente ricos son los
pensamientos del gran arquitecto del universo, así en las cosas colosalmente
grandes como en las extremadamente pequeñas.
Hay espíritus filisteos que, al ver
las cataratas del Niágara, exclaman “¡Enorme!” ¿Cuántos caballos de fuerza? Los
hay también que en el seno del bosque no piensan sino en calcular cuántos
metros cúbicos de leña puede contener.
Cada día y cada hora la gran
naturaleza pinta en nuestra experiencia un nuevo rasgo de la majestad de Dios. Detrás
del velo de la naturaleza vislumbramos acá y acullá el rostro escondido del
Creador universal, y sabremos que aún nos rodea todo un mar de secretos
indescifrables.
¿Amas las flores, el campo que exhala
arenas, las mieses ondulantes? ¿Amas el riachuelo que sin freno corre por los
montes, el bosque que susurra, la cima cubierta de nieve, el mar airado o en
calma?
Los que han viajado por los
alrededores del lago de Vierwaldtátt, no dejan de subir el Riger-Kulm para
presenciar la magnífica salida del sol. Es el rayar del alba…los moles ingentes
de los glaciales, envueltos por la luz pálida se visten de un tono gris… va
amaneciendo, sale el sol y las cumbres chispean como antorchas encendidas y
parece un mar de fuego… en medio de un profundo silencio, alguien suspira a nuestro
lado: O Gott, o grosser Gott: “¡Oh Dios, Oh gran Dios!”
¡Mirad el cielo, la tierra, todo el
universo! La hermosura del mundo entero, sus leyes, su orden preciso pregonan
cantando: Hay por encima de nosotros un ser infinitamente sabio que lo creo
todo, que fijó todas estas leyes. Un poder infinito; un poder que, dominando
todo el universo, ordenó que los átomos, invisibles de puros pequeños, se
uniesen para formar ingentes cuerpos siderales; que trazó caminos y dio leyes a
las fuerzas titánicas, para que no hubiera desorden, sino un mundo bellamente
ordenado, que se asienta en leyes fijas…
¿Quién estableció aquellas leyes
más fuertes que l hierro, que a guisa de aros de acero rodean el mundo para que
no se deshaga? ¿Los físicos? No ellos tan solo nos ofrecen los números de la
velocidad con que corre, tal estrella. O nos dicen como describe aquella su
órbita. Pero ¿quién pudo mandar a las estrellas que predominan de ésta o de
aquella manera? ¿Sentía, jóvenes que respeto y emoción ha de apoderarse de
nosotros todas las veces que pensamos en todas esas cosas? Uno de los
naturalistas más conocidos en el mundo, Ampere, todas las veces que oía
pronunciar el nombre de Dios, apoyando su ancha frente entre las manos,
exclamaba: “¡Cuán grande es el arquitecto del universo!” ¡Cuán grande es Dios! Mons. Tóth
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