SABER LEER
Muchos
son los que leen, pero sin provecho; aún más quizá con grave daño de su propia
formación. La lectura sólo es provechosa si se cumple estas dos condiciones:
primera, que se entienda lo que se lee; segunda: que se graben muchas cosas en
la memoria.
Leer,
despacio y reflexivo. El aguacero no sirve mucho a las mieses; tampoco la
lectura rápida fomenta la cultura.
El
que mucho lee, pero no reflexiona sobre la materia leída, llena su memoria,
pero de trastos inútiles; su cabeza será como una biblioteca cuyo catálogo se
ha perdido; nunca podrá ir por sus propios pies, sino que le arrastrará la
corriente del vulgo indocto. Y esto acontece no sólo al tratarse de los tesoros
de la ciencia, sino también en lo que refiere a nuestros sentimientos más
santos a nuestra vida.
Hay
que leer reflexionando. El que lee sin pensar y sin contractar las afirmaciones
de los libros ni pasarlos por el tamiz de la propia convicción.
La
lectura es uno de los mejores medios para la propia instrucción.
Se
puede aprender cosas excelentes de los buenos libros. Suscitarán como por
ensalmo ante tus ojos todo el admirable universo con su hermosura exuberante.
Los
admirables descubrimientos de la ciencia, las obras de los pueblos, los
sufrimientos de los atrevidos descubridores del Polo, la misteriosa vida de los
mares…Todo, todo, te lo muestran los buenos libros.
El
espíritu humano tiene el punto de las creencias tan admirables, frutos tan
magníficos y justamente famosos, que en todas las épocas serán tesoros
inapreciables y todo hombre culto debe conocerlos.
Ampliar
los estudios de historia universal y de historia patria en los puntos que más
llamen poderosamente la atención. De la historia podemos sacar gran caudal de
sabiduría práctica: historia est magistra vital “La historia es la maestra de
la vida”. Mons. Toth.
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