¿CONOCES ALGUIEN ASÍ?
José Ingenieros, el gran sociólogo y médico ítalo-argentino, señala que
el hombre rutinario evita salir de su
rutina y cruzar ejercicios nuevos. El que evita que es preferible lo malo
conocido a lo bueno por conocer. El que razona en la lógica de los demás. El que
prefiera confiar en su ignorancia para adivinarlo todo. El que es intolerante y
su exigua cultura lo condena a serlo. El que defiende lo anacrónico y lo
absurdo y el que no permite que su opinión sea el controlador de su
experiencia. El que está condenado a no adentrarse en las cosas o en las
personas. El que es solemne, el que actúa con pompa grandilocuente. El que
busca el disfraz para su íntima oquedad.
El que acompaña con fofa retórica los mismos actos y pronuncia palabras
insubstanciales, como si la humanidad estera quiera oírlos. El que su temor a
comprometerse le lleva a simpatizar con un precavido escepticismo.
El que acecha a todos los
que perfilan alguna originalidad. El que habla a media voz, con recato
constante en su afán de taladrar la dicha ajena, sembrando a puñados la semilla
de todas las yerbas venenosas. El que vierte la infamia en todas las copas
transparentes. El que está seguro de su impunidad. El que no afirma, pero insinúa.
El que llega a desmentir imputaciones que nadie hace. El que miente con
irresponsabilidad, como respira, sobre seleccionar lo que converge a la
detracción.
El que su conducta se presta
más a risa y es el primero en hablar mal de los demás. En querer ser
interesante, aumentado, adornando, pasando insensiblemente de la verdad a la
mentira, de la torpeza a la infamia, de la maledicencia a la calumnia. El que
teme al digno y adora al lacayo. El que viene al mundo como siervo y muere
siendo servil. El que renuncia a la autoridad y conserva su pompa. El que bruñe
el mérito y se adorna de vanidad. El que gusta de la holganza y se desiste de
hacer lo poco que podría. El que evita toda firme labor y se aparte de
cualquier combate. El que práctica el mal de la inercia y el bien por
equivocación. Y el que se entrega a los acontecimientos por incapacidad de
orientarlos.
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