EL COSTUMBRISMO GASTRONÓMICO MEXICANO, 3a y última parte.
ORIGEN DE LAS POSADAS.
Tradicionalmente,
Navidad es la época del año en que las almas se llenan de amor, paz y buena
voluntad. Podemos afirmar que no en otro período nos encontramos tan pródigos
de bondad; son los días más apropiados para rendir homenaje a la amistad.
Por
estos días, en los tiempos anteriores a la conquista, se celebraba con gran
pompa el advenimiento del dios de la Guerra, Huitzilopochtli: había fiestas en
las casas obsequiándose a los invitados a las comidas y regalando unas estatuas
del festejado, hechos de masa comestible llamada Tzotl.
En
un principio, los frailes consideraban oportuno permitir a los indígenas el
conservar algunas costumbres paganas, con sus hechos y danzas, en incluso
mezclar algunos ritos aztecas con los cristianos, usando de la mayor discreción
y habilidad para ir sometiéndolas a los principios fundamentales de la religión
católica.
La
coincidencia de las fiestas indígenas con los de la navidad, hizo que el
religioso, Fray Diego de Soria, prior del Convento de San Agustín, en Acolman
(Estado de México), obtuviera del papa Sixto V, en 1578, licencia para alabar
en la Nueva España, misas llamadas de Aguinaldo, que deberían oficiarse del 16
al 24 de diciembre de cada año.
Así
pues, las posadas tuvieron su origen en dicho lugar, donde para mayor
comprensión de los indios, se presentaba de manera objetiva, el pasaje bíblico
de la época de Cesar Augusto, que había dispuesto el empadronamiento de sus
súbditos en su respectiva ciudad. "José_ dice San Lucas_ fue en Nazareth
(Galilea) a Bethélem (Belén) en Judea, patria de David, por cuanto era de la
casa y linaje de éste, para ser empadronado con María, su mujer, la cual estaba
encinta, y encontraron la ciudad tan llena de gente, llegada de todas partes,
que hubieran de vagar por ella sin encontrar refugio, habiéndose al final
guarecido en un pesebre, en el cual nació El Salvador”.
Durante
esos nueve días se representaba el caminar de la Sagrada Familia en busca de
posada, y su simbolismo ha dado lugar a la institución de una fiesta que ha
enraizado de manera profunda en el costumbrismo mexicano, presentando varios
factores de carácter religioso, humano, festivo, artístico, cívico y
gastronómico.
Un
grupo de “peregrinos”, formado por invitados, en procesión de parejas y con
velitas encendidas, cantando una letanía, se detiene a la puerta de la casa en
donde se celebra el acto. La primera de estas parejas, representa a José y
María, quienes llevan la voz cantante, pidiendo posada, alegando las
inclemencias de la noche. El otro grupo de invitados, desde el interior, les
contesta que por desconfianza no quieren acogerlos, y tras de piadosa
identificación y compasión de ambas partes, se abren las puertas; los coros se
unen en jubiloso encuentro, y en el interior se alumbra un “nacimiento”.
El
local donde se efectúa la fiesta aparece adornado con banderas, cadenas de
papel, serpentinas, globitos, tiras de heno y cuelgas de frutas y flores. Se inicia
el baile que durará hasta la madrugada. Penden del techo las piñatas, ollas de
barro, grandes, revestidas de cartón y papel lino de colores, que representan
infinidad de figuras y que son galardón de la imaginación de artífices autóctonos,
para que algunos concurrentes con los ojos vendados, procuren romperlas, con un
palo, para que descarguen por el suelo una lluvia de frutillas, dulces,
confites, cacahuates, sevillas…con gran algarabía de los reunidos, quienes se
lanzan a su recolección en ruidosa rebatiña. A la medianoche se sirven
bocadillos, con preferencias , los considerados como típicos mexicanos, buñuelos
de crujiente pasta endulzados con miel, torrejas, y otros pequeños majares,
acompañados de ponches calientes, jugos de frutas y sencillas bebidas
especiales, tequila o ron de azúcar de caña.
Desde
los primeros tiempos de la Colonia estas fiestas eran motivo de regocijo popular
y actividad callejera. Las gentes llenaban las tiendas y comercios, así como
los puestos, adquiriendo los dulces, colación, pastas, dulces cristalizados y
cubiertos, terrones y mazapanes, que en aquel entonces provenían de España y
que hoy se fabrican muy excelentes en México. Frutas frescas y secas, una gran
variedad de semillas y de nueces, piñones, castañas y almendras para los
rellenos.
Acabada
la última Posada e n la Nochebuena, el día de Navidad es objeto de recogimiento
familiar y se reúnen todos los miembros alrededor de la mesa, bien dispuesta,
del mismo tipo de la llegada del Año Nuevo, y en donde el excelso guajolote, el
ave Fénix Mexicana, luce rollozo y suculento, en una prodigalidad de salsas de
colores y sabores, presidiendo la festividad.
Historia
de la Comida en México, Amando Farca, 1993. Ed. Costa-Amic.
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